Me pide nuestro amigo Julio que le escriba algo sobre viejas leyendas autillanas. Sin duda tengo que reconocer que no soy su hombre, no soy la persona adecuada para tal encargo. Además, Autillo es un pueblo prototípico de la Castilla Vieja. No hemos sido jamás nada supersticiosos, ni se cree en brujas, ni en males de ojos, ni en fantasmas ni en nada semejante. La inquisición tuvo muy poquito trabajo con nosotros, si quitamos el famoso auto de fe de Valladolid de 1559, cuando dos hermanas del obispo Reinoso fueron condenadas por pertenecer al grupo de herejes protestantes del doctor Cazalla, y que se recrea en la novela “El Hereje” de Miguel Delibes.
Solo recuerdo haber escuchado de boca de mi padre una historia, sin duda inquietante y extraña, cuando yo era poco más que un niño. El paso del tiempo hace que hasta yo mismo dude de que sea capaz de transcribir con fidelidad la historia que me contó sobre una mujer que hizo un voto al Cristo de Guaza. La otra historia me la contaron, cuando era aún muy mozo, un grupo de mujeres de mediana edad a la salida de misa un domingo en la plaza del pueblo, para dar satisfacción a mi incipiente curiosidad histórica local, que se me manifestó cuando yo no tenía más de trece o catorce años.
LA PROMESA AL CRISTO DE GUAZA
Cuenta esta extraña historia que un autillano había realizado una promesa en vida al Cristo de Guaza, que se haya en la ermita de San Pedro de Acebes. Esta ermita está situada a 2.200 metros de la villa de Guaza y dista asimismo 6.090 metros en línea recta desde Autillo. El buen autillano falleció sin poder cumplir su promesa de ir andando desde nuestro pueblo hasta el Cristo para agradecerle su cumplimiento. Una autillana, allegada al difunto, resolvió que debía ser ella quien tenía que realizar la peregrinación a pie, para contribuir al descanso del alma del finado.
Una tarde cogió su toquilla y se puso en marcha al Cristo por el camino de tierra que lleva casi a derecho desde el pueblo hasta la ermita. Me parece recordar que la tal mujer servía en casa de su amo, y éste se apiadó del largo camino que tenía realizar a pie su criada, por lo que resolvió poner la montura a su caballo e ir en pos de ella para montarla a la grupa, y ahorrarle una caminata de más de doce kilómetros. Pensaba el hombre que no tardaría demasiado en darle alcance, pues no hacía mucho que había salido de casa. Desde la distancia la podía ver y decidió clavarle la espuela al caballo para darle alcance. Pero cuanto más lo espoleaba más lejos parecía estar su criada, a la que no pudo dar alcance a todo el galope de su caballo, e incluso le pareció que la mujer se elevaba por el camino.
EL BARBERO AUTILLANO PATRIOTA
Me contaron unas amables mujeres que habían oído decir que durante la invasión napoleónica, había un barbero que aprovechó la ocasión en la que estaba afeitando a un soldado invasor francés, para degollarle y deshacerse de después de su cuerpo para evitar su culpa y posterior castigo. Lo más curioso del caso es que otra mujer me aseguró que había escuchado lo mismo, e incluso añadió que había oído decir que el tal barbero vivía en la plaza del pueblo, en la casa que todos conocemos como la de don Marcelino el médico.
Por deformación profesional, tenemos que añadir que esta leyenda tiene pocos visos de verosimilitud. No nos consta la presencia de destacamentos franceses en Autillo durante la Guerra de la Independencia, ni en los registros parroquiales se anotaron muertes violentas ni de franceses ni de patriotas. El único hecho bélico de esta época relacionado con Autillo, aparece recogido en el Diccionario Geográfico de Madoz, donde dice que hubo una escaramuza entre guerrilleros comandados por el que llegó a ser teniente coronel Benito Marquínez, a la altura de la ermita de Santa Ana (hoy en el término municipal de Abarca), y un grupo de franceses superiores en fuerzas, por lo que los españoles se batieron en retirada hacia Paredes de Nava en busca de refugio, todo esto en el año 1811.