Era una noche clara de luna aquella del 8 de abril de 1767, y este dato es muy importante para entender la historia verdadera que vamos a contar, la historia de una pìllada que le costó bien cara a un joven autillano. La luna estaba en cuarto creciente a un 75% de su brillo máximo, y había alcanzado su cénit justo a las 9:30 de aquella aciaga noche, de triste recuerdo para Manuel Orejón Tejerina (nacido el 8-10-1743). Se podían leer perfectamente las páginas de un libro a la luz del astro.
Aquella noche el alcalde y juez ordinario de Autillo, Leonardo Calonge Hernández (1717-1768), salió de ronda
a esto de las diez en estricto cumplimiento de órdenes reales que prohibían que
en los pueblos merodeasen “gente
vagamunda, ociosa y mal entretenida”. Leonardo dicho sea de paso, era padre
de Miguel Calonge Buey (23-5-1755, +25-4-1812)
que en 1812 fue asesinado por las tropas francesas.
Le acompañaba en la ronda Manuel Nevado, semianalfabeto, sin raíces en el pueblo conocidas y de unos 32 años. También iba con él el alcaide de la cárcel de Autillo, Mateo Martín González, de 46 años nos dice el documento.
Firmas de los que realizaban la ronda aquella noche. Leonardo como alcalde, Mateo como alcaide de la prisión y Manuel como acompañante.
El reino no estaba tranquilo por esas fechas. Pocos
meses antes se había producido el motín de Esquilache, y fueron varias las
ciudades las que se levantaron, no solo Madrid. El precio del pan se había
duplicado y reinaba el descontento. Quizás en este contexto haya que entender
que el día 12 de enero de ese año de 1767, una orden municipal había establecido
un toque de queda a partir de las 10 de la noche. El objetivo era impedir que
en Autillo nadie fuese “chiflando e
inquietando a los que estaban recogidos”, con pena de cárcel de ocho días
para los infractores.
Al llegar a la altura del matadero, extramuros del
pueblo pero cercano a su muralla
(sic), lo que hoy llamamos con el precioso y sonoro nombre de los atrases, encontraron a una pareja “parlando” entre dos paredes altas y
estrechas. El documento describe el lugar como un paraje “oculto y sospechoso”. El hombre echó a correr hacia su casa al oír
las “patadas” de los que hacían la
ronda, pero la mujer, Ana María García Fernández (24-7-1744, +30-8-1804), se quedó en el
sitio y no tuvo más remedio que delatar el nombre del varón que la acompañaba.
La mujer tenía 22 años y 8 meses, el que huyó tenía
justo 24 años y medio, aún ambos menores de edad hasta los 25. Pero ambos ya
estaban casados con otras parejas. Manuel llevaba seis años casado con su
mujer, María Castillo Seco, con la que tenía en
el momento de la pillada dos hijas. Ana María estaba casada con José Bueno Martínez (1735-1802). José tenía unos 33
años y había enviudado de Estefanía Higelmo García a
los diez meses de su boda en 1759. José se casó de segundas con Ana María en
1762 justo dos semanas antes de que se casara Manuel con su legítima esposa.
Ana maría solo tenía 17 años cuando se casó pero ya tenía una niña y un niño el
día de la “parlada”.
Al día siguiente de los hechos se comenzó todo el
proceso contra Manuel Orejón Tejernina, detenido en la cárcel de Autillo. A la
mujer no le pasó absolutamente nada, la llevaron a su casa con su marido, e
incluso la causa se calificó como “secreta”
y su nombre se omitió “por la reverencia
debida al santo sacramento del matrimonio”. Suponemos que se consideró que
el castigo se lo tenía que imponer su marido, y con ello sería más que
suficiente. Lo cierto es que durante un tiempo ella se fue a vivir a casa de
sus padres.
Primera página del proceso contra los parladores
El 25 de abril se ordenó la confiscación de sus
escasos bienes: un arca de pino sin llave, un artesón mediado, una silla vieja,
una claveta y una pollina de cinco años que ya había vendido previamente a otro
vecino de Autillo, y que éste se apresuró a reclamar como suya para que no
constase en la lista de bienes incautados. Manuel era pobre, su oficio era el
de mancebo de campo, jornalero en
definitiva. Al ser menor de edad se nombró como curador ad litem a su padre Manuel Orejón Palomino para que lo representase
ante la justicia.
Hasta el 30 de abril, 22 días después de su detención,
no se le tomó declaración. Sus alegaciones no pudieron ser más candorosas,
según él, “se
saludó con ella de forma lícita y honesta y le dio las buenas noches”,
y al oír los pasos de la justicia decidió salir corriendo a su casa.
Hasta el día 6 de mayo lo tuvieron en la cárcel, 28
interminables días le costó la parlada, más una multa de 1.000 maravedís que
equivalía a unos doce días del salario de la época. De nada sirvieron los
ruegos de su padre para que le perdonasen la multa al ser su hijo tan pobre.
Tampoco sirvieron las quejas del marido de Ana María que protestó por su puesta
en libertad, y que alegara que no se había hecho justicia suficiente con
ninguno de los dos, lo cual no quitaba para que desease la vuelta a casa de su
esposa.
De ambos
parladores no sabemos más que continuaron con su vida familiar, y que Manuel
tuvo en total cinco hijos con su esposa, y Ana María un total de nueve con su
respectivo cónyuge.
Firma del encausado, Manuel Orejón Tejerina