Siempre que paso por los alrededores del altar de nuestra iglesia, no dejo de sentir un pequeño escalofrío al recordar una historia de la muerte de un cura al que le cayó "algo" en la cabeza mientras éste oficiaba misa en la parroquial de Santa Eufemia. Desde entonces confieso que siento un poco de aprensión cuando me muevo por esa zona del presbiterio. La historia la conocemos todos los autillanos de cierta edad, pero es bueno recordarla por si alguno de los más jóvenes la ignora.
Gracias a la prodigiosa memoria de doña Teodora Asensio, me informé de que el
tal sacerdote se debió llamar don Baltasar, y sufrió el accidente hacia 1924
según sus cálculos, mientras oficiaba un funeral por el padre de la señora
Segunda. Unos dicen que se cayó parte del remate del altar mayor, por donde
está el Padre Eterno; otros dicen fue una pieza artística de madera que pendía
del centro de la cúpula y que yo la he visto hace años en el trastero que hay
tras la sacristía. A modo de anécdota, se dice que el monaguillo, fue a esconderse
debajo de un banco. El caso es que al pobre sacerdote lo trasladaron aún con
vida en una escalera de la iglesia, a modo de improvisada camilla, y lo
llevaron a su casa. Lo último que dijo fue "¿Quién me ha matado, si yo no
tengo enemigos?".
Tampoco lo puedo asegurar, pero es posible que esté enterrado en el cementerio
de Autillo, casi al fondo a mano derecha. Desgraciadamente no lo puedo ahora
mismo comprobar, pues resido a unos 700 kms y no me resulta tan fácil el
traslado. A los autillanos se nos entierra a todos mirando hacia la iglesia,
hacia el pueblo. A los sacerdotes era costumbre enterralos en dirección
contraria a los fieles, como si estuviesen oficiando misa a sus fieles
difuntos.